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Carlos RILOVA JERICO
Hay, quizás, cientos, miles de páginas dedicadas a la historia, la leyenda, el mito de Eldorado.
Hace mucho tiempo, en los últimos años del siglo XIX, Lope de Aguirre, Ursua y los “marañones” se convirtieron en un tema obsesivo entre historiadores y escritores vascos y españoles.
La demencial jornada a Eldorado, la desquiciada rebelión de Lope de Aguirre contra el rey Felipe II, la búsqueda de un mito entre tribus salvajes que nunca antes habían oído hablar de los “demonios blancos” vestidos de hierro y armados con armas que podían matar desde muy larga distancia, fueron, al parecer, razones suficientes para asegurar un lugar a esa historia entre las páginas de diferentes libros. Desde novelas como “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre” a ensayos escritos por responsables historiadores que trataban de separar mitos y leyendas de la verdadera Historia.
Entre los pueblos de habla inglesa se puede encontrar un interés similar acerca de Eldorado. Quizás algo menos ruidoso. Algo bastante lógico porque la versión inglesa de la Historia del viaje a Eldorado es un episodio glorioso pero triste.
Los españoles llegan a América. El grabado se basa en los dibujos de Theodor de Bry para su serie sobre los grandes viajes de su época. La colección Reding.
En efecto, sir Walter Raleigh se mostró notablemente audaz —como era habitual en él— cuando decidió, en el año de gracia de 1617, tratar de descubrir si Eldorado era algo más que “un cuento lleno de furia y ruido” contado por hombres que lo habían perdido todo —y eso incluiría su cordura— buscando ciudades de oro ocultas en el interior del temible “infierno verde” de las junglas ecuatoriales. Sin embargo, ese valiente empeño le costó la cabeza que su rey, Jacobo I, ofreció a su primo español Felipe III sin la más mínima vacilación a la primera señal del conde de Gondomar, el embajador español en Londres y también el hombre que gobernaba la voluntad y los actos de aquel perezoso, supersticioso e indigno heredero de la gran Isabel I.
¿Fue un justo castigo para un hombre engañado, cegado por el resplandor del “oro de los tontos”?.
Bien, en principio los historiadores no deberían actuar como jueces. Es más, los historiadores —y eso incluye al autor de estas páginas— no deberían buscar moralejas en las historias que forman parte de eso que llamamos “Historia”. Así pues, lo justa o injusta que pudiera ser la ejecución de sir Walter se debería quedar en una simple cuestión de opiniones.
Sin embargo, ¿qué pasa con las aparentes quimeras que, al parecer, llevaron a sir Walter primero a Guayana, en su búsqueda de Eldorado y después al patíbulo?. ¿Podemos decir algo nuevo los historiadores sobre la falsedad o veracidad de las pistas que le animaron a realizar ese peligroso, casi desesperado, viaje?.
Extracto de la primera página del documento B 1 I 5, 1. Archivo Municipal de Hondarribia.
Esas preguntas tiene una respuesta bastante sencilla y es “sí”. En efecto, el archivo de Hondarribia tiene, según parece, un interesante conjunto de venerables papeles que podría contar cosas bastante inéditas acerca del último viaje de sir Walter Raleigh y sobre la búsqueda de Eldorado.
La fuente de esa nueva información es el documento B 1 I 5, 1, que incluye una completa descripción en doce páginas de un fabuloso reino que cuenta con todas las características habituales en las distintas historias descritas hace años por el profesor Juan Gil en su obra sobre los mitos de la Era del Descubrimiento. Las mismas que condujeron al infierno verde a muchos hombres a partir de la segunda mitad del siglo XVI a la búsqueda de otro fabuloso imperio como el azteca o el Tawantinsuyu.
Esa corta pero densa descripción tiene aspectos bastante interesantes. La característica más relevante de esas hojas es que incluyen una detallada Historia del mítico reino de Eldorado, llamado en ese documento “Paititi” o, a veces, Manoa. Una palabra que nos permite identificar esas páginas como un producto de los últimos años del siglo XVI, cuando ese término, “Manoa”, utilizado para describir un lago, reemplazó a otros como “Eldorado” o incluso “Paipite” o “Paititi” —la mítica ciudad en la que algunos incas fugitivos, se decía, habían ocultado el oro, la plata y las joyas que los españoles no habían tenido oportunidad de saquear—, tal y como indica John Hemming en su magnífica obra sobre el tema.
Siguiendo esa pista, podemos descubrir cosas aún más interesantes en este documento. Por ejemplo, quién pudo ser el autor del mismo y cómo una copia de este último mapa a Eldorado fue dejada en el archivo de Hondarribia. Algo que es un misterio a fecha de hoy o al menos parece un misterio...
Las últimas frases del documento B 1 I 5, 1. Archivo Municipal de Hondarribia.
En efecto, tal y como señala Hemming en su “En busca de El Dorado”, la primera vez que sir Walter Raleigh oyó hablar de ese país mítico fue durante los últimos años del siglo XVI, cuando capturó un navío español donde el soldado e historiador Pedro Sarmiento de Gamboa hacía su viaje de vuelta a casa. Al parecer Sarmiento fue obligado a decir lo bastante como para alentar la ambición de Raleigh. A partir de ahí el corsario, el poeta, el caballero decidió saberlo todo sobre la fabulosa ciudad cerca del lago Manoa que los españoles llamaban “Eldorado”.
Una vez que se decidió a involucrarse en la búsqueda de ese objetivo, hizo uso de todos los medios a su alcance. Por ejemplo, con la ayuda de otro corsario inglés, George Popham, asaltó más barcos españoles para conseguir nuevos documentos que pudieran llevarle a Eldorado. Después, en el año de 1595, secuestró a Antonio de Berrio. Un episodio que incluso fue retratado por Theodor de Bry en uno de sus famosos grabados.
Sir Walter había actuado astutamente a ese respecto, pues Antonio de Berrio, un veterano de las guerras de Italia, Flandes y el Norte de África. Era la única persona que sabía la verdad sobre “Eldorado”. O al menos era el oficial designado por la corona española para tratar de descubrir esa ciudad junto al lago Manoa.
Ese título había llegado a sus manos cuando Gonzalo Jiménez de Quesada, conquistador de las tierras de Bogotá —hoy día Colombia— murió sin descendencia legítima. Berrio estaba casado con una sobrina de Quesada y eso lo convirtió en el heredero legal de esa alta misión. Es decir, la de cumplir las reales órdenes de descubrir y conquistar el reino del lago Manoa...
Londinenses del Renacimiento según la Historia del vestido publicada por la empresa Byla. (Francia, circa 1900). La colección Reding.
¿Fue también él el que redactó aquellas doce páginas que hoy son parte del archivo de Hondarribia donde se describe con tanta exactitud —o de manera tan fantástica, si así lo preferimos— ese fabuloso reino situado junto al lago Manoa que había sido su objetivo durante años?.
El archivo de Hondarribia guarda silencio al respecto. En efecto, en él no hay muchos indicios de Antonio de Berrio o de Domingo de Vera e Ybargoyen. Tan sólo se habla de un caserío llamado “Berrio” y de un gobernador militar, don Diego de Vera, que manda la guarnición de esa plaza en 1521, durante las guerras entre Francia, España y Navarra en esa frontera.
En cualquier caso un apellido como “Vera” apunta claramente a la villa de Vera —hoy Bera— en el reino de Navarra aunque muy próxima a Hondarribia que, de hecho, era el principal mercado de esa población navarra y el lugar en el que muchos jóvenes beratarras conseguían sus primeros trabajos como criados, soldados...
Probablemente Domingo de Vera no fue una excepción a esa regla y, a pesar de que no hay documentos de archivo que lo sitúen en Hondarribia, es más que razonable suponer que ese hombre de alta estatura, mano derecha de Antonio de Berrio en la búsqueda de Eldorado, tuvo una estrecha relación con esa ciudad fortificada.
Por otro lado hay que considerar que esa sólida fortaleza, rodeada de poderosos baluartes, continuamente protegida por una guarnición, parecía un lugar más que razonable para dejar allí los resultados de una investigación sobre Eldorado y proteger esas páginas llenas de datos estratégicos de gente como George Popham o sir Walter Raleigh.
Así pues, según parece, el documento B1 I 5,1, contendría noticias tomadas muy en serio. Al menos nuestros más respetables ancestros —oficiales militares, alcaldes, concejales, exploradores, pilotos de altura...— consideraron que esas doce páginas eran lo bastante importantes como para ser protegidas durante cuatro siglos por los baluartes de una de las más impresionantes fortalezas de la Europa de la Edad Moderna, como lo era la ciudad de Hondarribia. Un buen lugar, desde luego, para guardar con seguridad algo que, en su opinión, era, probablemente, el último mapa a Eldorado, Paititi, Manoa...
Uno que, al parecer, sir Walter Raleigh nunca leyó. ¿O finalmente sí lo hizo?.
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